EL SECRETO DE MELIBEA (Relato)

Una noche salí a dar un paseo por la ciudad monumental. Yo bajaba las escaleras anexas a la plaza San Jorge y sumergido en mis pensamientos, me crucé con aquella chica. Llevaba varias bolsas en las manos y enseguida deduje que necesitaba ayuda. En un impulso, me paré y me ofrecí para llevarle parte de aquel peso. Ella me miró y se deshizo de algunas de aquellas bolsas que yo acogí encantado. Nada hacía presagiar lo que sucedería, algo más tarde, durante esa misma noche.

Subimos juntos las escaleras y anduvimos hasta llegar a la plaza de las Veletas. Durante el trayecto, intenté sonsacarle alguna palabra a mi nueva acompañante, pero ésta iba seria y con la mirada fija en el suelo y así se mantuvo, en silencio todo el camino. Yo, en mis pensamientos más profundos, pensé que aquella chica, o bien, podía ser muda, o bien sordomuda —que no es lo mismo—, sin ser consciente del “gran embolao” en el que me metía. Una media luna, casi en lo más alto del cielo, alumbraba parte de las solitarias calles del casco antiguo, que en esas horas solían estar despobladas. No había ni un alma allí y mientras caminábamos, la luna proyectaba por encima de nuestras cabezas, la alargada silueta de nuestros cuerpos. Eché un vistazo al rostro de aquella chica, que caminaba cabizbaja, y pude vislumbrar en él, una pequeña sonrisa. Dios sabe porqué, en aquel momento iba sonriendo para sus adentros. Y un halo de inquietud me sobrecogió. Aquel gesto, nuestras sombras, la luz tenue, el silencio…, ese momento me pareció tan tétrico, que sentí escalofríos al pensar que todo aquello podría formar parte de algún conjuro maligno… Intenté mantener la calma y me vi rezando, para llegar cuanto antes hasta donde vivía la chica.

Al llegar al final de la plaza, pude ver que junto allí se encontraba aparcada una caravana. La chica, cuyo nombre seguía siendo un misterio para mí, lanzó un grito <<¡Apaaaa!>>. Al oír el clamor de la que suponía mudita, de la caravana salieron varias personas. Entre ellas, un hombre mayor y algo orondo, una mujer también algo mayor y entrada en canas, un anciano que se servía de una vieja garrota para caminar, un jovencito tan flaco como alto y por último, un enano. Todos ellos me miraban fijamente, como si no hubieran visto nunca a alguien como yo. <<Creo que no soy tan feo>>, pensé. Encontrarme entre aquellos desconocidos y sin que ninguno dijera nada, también me dio pavor. Algo me decía que debía huir de allí, mientras intentaba guardar la compostura a toda costa. El hombre de cuerpo voluminoso y camisa angosta, se dirigió hacia la chica de nombre desconocido, en un lenguaje algo incomprensible que no pude descifrar y ambos empezaron a dialogar. Y entonces, me quedó claro que la chiquita emitía sonidos y hablaba un idioma, aunque yo no entendiera este. Permanecí expectante, mientras el hombre y la chica mantenían una acalorada conversación, en la que de vez en cuando miraban hacía mí. La chica hacía algunos aspavientos y gestos con bastante énfasis al tiempo que el rostro del hombre se iba apoderando de una ira infinita. Eso me hizo pensar dos cosas. Una, <<algo iba mal>>; dos, a juzgar por la expresión de sus caras y por cómo me miraban, <<ese algo tenía que ver conmigo>>. Lo que era seguro es que nada bueno me deparaba. Después de la aireada discusión entre ambos, el hombre con un gesto indicó a los demás que entraran en la caravana y todos obedecieron, quedando la chica, a solas de nuevo conmigo. Ella se giró hacia mí y constaté con sorpresa que también hablaba mi idioma: <<Mañana tienes que volver>>, me dijo. Le dije que igual no podría, intentado eludir un nuevo encuentro, pero entonces ella me miró con unos chispeantes ojillos y me rogó que volviera. Ante tal súplica de la chiquilla, no pude más que asentir de nuevo e intenté averiguar el motivo por el que me requería al día siguiente, pero se negó en rotundo, excusándose en que era un secreto que no me contaría hasta que volviera. <<¿Cuál es tu nombre?>>, inquirí. <<Me llaman Melibea>>, fue su respuesta.

El secreto que Melibea tenía que contarme despertó la curiosidad en mí y aunque en un principio estuve a punto de romper la promesa de volver, me dejé llevar por la intriga y decidí volver al día siguiente en la tarde. Aún era de día y todo era menos oscuro que la noche anterior, por eso intenté convencerme de que no tenía nada que perder acudiendo a la llamada de la misteriosa Melibea. Me acerqué a la caravana y allí estaban todos a los que había visto la noche anterior, pero me percaté de algo novedoso e inaudito. Tanto Melibea como la mujer estaban vestidas con un faldón y corpiño a juego; los hombres, llevaban unas calzas tipo bombachos, con su correspondiente camisa y jubón. Y además, llevaban un libreto en la mano, a excepción del viejo anciano, que permanecía atento a aquella escena sentado en una silla y sosteniendo una garrota entre sus manos. Al llegar junto a ellos, ninguno mostró interés por mi presencia, hasta que Melibea se percató de mi llegada y se acercó hasta a mí. Hizo las presentaciones de cada uno de ellos: el hombre mayor sentado con la garrota, era su abuelo; el hombre orondo se trataba de su padre, al que llamaban Pepe; la mujer que aparentaba unos cincuenta años era su tía Felisa y el chico de veintitantos años, su hijo. Por último estaba el enano, quién se presentó así mismo como <<el Cojo>>. Esto causó mi asombro, ya que el enano no presentaba ninguna cojera, pero según pude enterarme más tarde, ese apodo provenía de su padre, el cual ya fallecido, sí lo había sido en vida.

Melibea me explicó que ensayaban para representar la tragicomedia de <<La Celestina>>. Habían formado una pequeña compañía que recorría varios pueblos y ciudades con la intención de hacer representaciones de obras de teatro y así se ganaban la vida desde hacía tiempo. Supuse que era ella quién representaba el papel protagonista de la obra. Necesitaban a alguien que interpretara a Calixto, el personaje masculino principal. Hasta ahora, ese papel lo había representado el primo de Melibea, pero según pude saber más adelante, su primo carecía de dotes interpretativas y la función no tenía la acogida que esperaban. Por el contrario, <<el Cojo>>, quién interpretaba al célebre Sempronio, tenía un don para interpretar distintos personajes, pero este no tenía la altura suficiente para hacerse pasar por Calixto. 

Me dí cuenta que el secreto de Melibea no era más que una treta suya para convencerme que me uniera a ellos, ya que según ella, yo era la persona idónea para el papel de Calixto y ya contaba con el beneplácito de su padre. A raíz de la conversación que mantuvieron la noche anterior, había conseguido convencerlo para que un intruso al que de nada conocían, o sea yo, formara parte de la compañía. El teatro no era lo mío, pero sin más preámbulos, me vi con un libreto de la obra en mis manos y Felisa, la tía de Melibea, me animó a que abriera la primera página y leyera parte del acto primero, que correspondía al personaje de Calixto.

“¿Por tan gran premio tienes esto, Calixto?” —comenzó Melibea.
“Téngolo por tanto en verdad, que si Dios me diese el mayor bien que en la tierra hay, no lo ternía por tanta felicidad.
“Pues aun mas igual galardon te daré yo, si perseveras.”
“¡O bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habeis oido!” —exclamé alzando el tono.

Yo que siempre fui lector fiel a <<La Celestina>>, cuando terminé de narrar mi última frase, fue tal la expectación que todos arrancaron a aplaudir ante mi puesta en escena y observé que hasta el abuelo había dejado la garrota en el suelo para aplaudirme. Y así fue como aquella misma noche de verano, en aquel escenario improvisado en la plaza de Las Veletas y provisto de la ropa adecuada para la ocasión, me decidí a interpretar por primera vez en mi vida el personaje de Calixto de aquella obra tan representativa.

<<Aquello fue una locura>>, pienso ahora, ya que no poseía ni la experiencia ni las tablas que se requieren para estar encima de un escenario e interpretar aquel papel tan trascendente. En la primera noche, el público que acudió a la representación, al final de la obra, ante mi asombro, aplaudió a rabiar. La actuación de mis nuevos compañeros también fue sublime, desde Felisa interpretando a una gran Celestina, hasta el “fiel” criado Sempronio, interpretado por el enano; todos ellos estuvieron grandiosos. A partir de aquella noche, empezó a venir más público y en palabras de Melibea, aquella obra empezó a ser un éxito gracias a su última incorporación, ósea entiéndase, yo.

Pepe el padre de Melibea, no dejaba de darme las gracias por aquello. Sin embargo, dejé clara mi intención de no formar parte de aquella compañía. Yo tenía mi trabajo y aquellos días estaba de vacaciones, por lo que interpretar a Calixto para mí se había convertido en un mero pasatiempo nada más y que dejaría cuando terminasen mis vacaciones.

Una noche, una vez terminada la función, Melibea me pidió que le enseñara la ciudad monumental. Ese paseo, bajo la luz de la luna, fue muy placentero y así fue, como a partir de ahí, dar un paseo después de la representación, se convirtió en una nueva costumbre para nosotros. Melibea me contaba cosas, más que yo a ella. De su familia, de su infancia, de sus innumerables viajes… Toda su familia procedía de un pueblo andaluz, a excepción de su madre que era francesa y según me contó Melibea había fallecido hacía muchos ya, cuando aún ella era una niña.

Por eso Melibea y su padre solían hablar en francés a veces, entre ellos dos y me confirmó que este era el lenguaje en el que hablaron la primera noche que nos conocimos.

Una de esas noches, estábamos sentados en el barrio de San Antonio, en lo más alto lucía una luna llena y yo escuchaba ensimismado a Melibea, en uno de sus relatos fantasiosos. A pesar de estar constantemente viajando, ella aspiraba a dejar aquella vida y vivir en algún lugar. Pero era algo que creía imposible, ya que desde bien pequeña su familia se había dedicado a la compañía, sin más hogar que ese.

Sin embargo, a pesar de vivir abocada a ello, no le impedía fantasear con innumerables sueños. Nos hallábamos sentados en una calzada, tan cerca de la puerta de una casa, que no nos dimos cuenta que podía estar habitada. Y aunque Melibea me hablaba a veces entre susurros, aquella noche, no sé si por el influjo de la luna, nos sentíamos algo eufóricos y nuestra conversación debió de oírla el vecino de aquella casa que dada las horas que eran, sin duda debió sentirse molesto, intentando conciliar el sueño, pero las voces de dos alocados como nosotros se lo debían impedir. Así que decidió actuar y sin más dilación, a espaldas nuestras, sacó un cubo de agua que nos tiró encima. Al sentir el remojón, cogí de la mano a Melibea y echamos a correr de allí. Recorrimos las calles, empapados como íbamos, en aquella calurosa noche de verano. Y seguimos corriendo hasta que ya extenuados, paramos y nos miramos, vimos nuestro pelo y ropa calados y no pudimos más que echarnos a reír. Aquellas risas nerviosas nos delataban, volví a coger de la mano a Melibea y la guié hasta la pequeña hospedería de la ciudad monumental. Reservamos una habitación y una vez allí, no podía dejar de mirar a Melibea. Llevaba un vestido blanco que por el agua se había pegado a su piel como una segunda piel y sin rastro de ropa interior, realzaba sus pechos. Alcé la vista y busqué su rostro, cuyos ojos, me imploraban hacer lo que ambos, deseábamos.

Poco a poco despojé a Melibea de su vestido y la volví a tomar de la mano, para llevarla hasta la cama, donde yacimos hasta al amanecer. El verano pasó entre las funciones de aquella obra majestuosa y las noches de amor y pasión entre Melibea y yo. Y cuando me di cuenta, llegó la hora de abandonar mi improvisado trabajo de actor de por las noches. La compañía decidió que era hora de mudarse a otra ciudad y muy a mi pesar, me despedí de todos ellos, y de mi amada Melibea, que entre lágrimas me prometió volver algún día.

Desde entonces lo recuerdo como algo lejano. Los días son cada vez más lluviosos, y más intenso, el frío… Y aunque no me gusta sentir nostalgia por ello, de vez en cuando me acerco hasta la ciudad monumental para sumergirme en los recuerdos, de aquel sueño de verano.

(© Copyright María Sánchez Corraliza)


Foto de Gemma Antúnez Ramos, Cáceres.


Comentarios

  1. Buen ritmo, y muy bonito. Bueno, el ritmo es de lo que más me ha gustado, es agradable leer un texto en prosa lleno de rimas internas, parece escrito para ser recitado. Felicidades!

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  2. Es triste tener que soñar con un amor que pudo ser y no fue. Pero es hermoso poder recordar unos días perfectos e imaginar lo maravilloso que podría haber sido.
    Me ha gustado mucho!!!

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  3. Tremendo. Tal vez la nostalgia sea otra forma de energía, lo que ocurre es que poca gente a aprendido a usarla. Nada como un amor interrumpido y un lugar umbrío para generar un campo emotivo perfecto. Somos emoción y en ella duerme el arte de lo que somos. Felicidades por el relato, es muy bueno. Me ha gustado mucho

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